Tras la decisión del gobierno de ventilar los recintos cerrados tres veces cada hora, nos han puesto en la tesitura de elegir entre el coronavirus o las pulmonías. En las zonas geográficas de temperaturas extremas parece un despropósito, ya que tenemos alternativas que es introducir protecciones a largo plazo contra todas las bacterias y virus, incluido el COVID-19.
Hay recubrimientos de efecto permanente basado en la fotocatálisis y otros que permiten garantizar una permanencia o cobertura superior a un año.
Todos estamos de acuerdo con que lavarse las manos y limpiar los puntos de contacto con frecuencia no es suficiente para prevenir el COVID-19.
Aunque algún fabricante indica que estos productos actúan contra todas las amenazas bacterianas y virales y que una vez aplicado funciona 24 h al día durante un máximo de 5 años, las pruebas realizadas por ITEL nos permite garantizar 12 meses, quizá con el tiempo podemos alargar este plazo, pero hoy carecemos de historial para poderlo afirmar.
Se trata de un recubrimiento transparente, que se puede aplicar en cualquier superficie dura o blanda, o sea, soportes pérticas o similares, así como soportes de plástico, textiles, moquetas o muebles tapizados, etc… Se trata de un recubrimiento fácil de aplicar, que seca con mucha rapidez, dando una protección invisible y permanente, incluidos los virus envueltos que no pueden sobrevivir e inactivándose en contacto con el revestimiento y eliminando la posibilidad de la contaminación cruzada.
Los recubrimientos antimicrobianos no son nuevos: La tecnología de iones metálicos se remonta al año 2200a.C., y fue descubierto por los griegos, egipcios y romanos utilizando el cobre y la plata (el dióxido de titanio no se había descubierto), por sus propiedades antimicrobianas. Se utilizaron para purificar el agua y crear bálsamos antisépticos.